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el ojo de lindman (cine clásico y textos con tildes)

El hombre del cráneo rasurado (1966), cuerpo y alma

Del belga André Delvaux. Está basada en una novela del escritor en neerlandés Johan Daisne (publicada en España bajo el título de "Vértigo" y que desde ya me propongo encontrar) que narra la historia de Govert Miereveld, un abogado que también trabaja en un instituto femenino como profesor. Está casado, con dos hijos, una esposa perfecta..., y fatalmente enamorado de una alumna de deslumbrante belleza. Tras ese inicio, la acción se sitúa unos años después, con el protagonista convertido en secretario de Juzgado a punto de realizar un viaje al norte del país acompañando al forense judicial para la práctica de una autopsia, viaje que cambiará su vida. Los detalles del argumento los oculto porque es importante desconocerlos para disfrutar de la película.

Es difícil hablar de ella, porque, como suele decirse, no se parece a ninguna que yo haya visto antes. Quizás hayáis tenido a veces la misma sensación: mientras ves una película no sabes exactamente si te gusta, ni tampoco si la entiendes, sólo sabes que estás tan intrigado por lo que ves que sólo quieres que avance. En un momento indeterminable, te encuentras atrapado, desconoces cómo has llegado a ese punto. Y finalmente, acabas rendido.

La historia de Govert está contada en clave de conflicto existencial y no de crisis sentimental. Hasta aquí no hay sorpresas. Una película con semejante argumento podría haber dado lugar al clásico drama de "cuestionamiento de valores burgueses" tan común en aquellos años sesenta.

Por otro lado, "El hombre del cráneo rasurado" es un discurso sobre la dualidad cuerpo-alma, al hilo de la reacción provocada por un modelo de belleza corporal inalcanzable en un sujeto corriente. Una película con tal carga filosófica tampoco era difícil que terminase derivando hacia una divagación sobre la incomunicación humana, igualmente típico en la década de Antonioni. El personaje del forense sirve a Delvaux y Daisne (que también es el guionista) para llenar la cinta de diálogos metafísicos de altura que en vez de ilustrar tienen la particularidad de incomodar al espectador por la extraña forma en que son expresados. Cuando el médico, por ejemplo, afirma que un cadáver es el principio de la vida "porque no es más que el inicio de otras formas de vida que surgen de la anterior, y quizás eso sea en realidad lo que llamamos alma", más allá de la certeza y brillantez del pensamiento nos llega algo parecido a una amenaza: es el efecto que esas palabras causan en Govert.

Delvaux adopta un disfraz realista para expresar una personalidad alucinada -la del protagonista-, con una elegancia afilada, malvada a veces, siempre incómoda. Lo sorprendente es la manera que tiene Delvaux, desde la primerísima imagen, de hacernos caminar como espectadores por terrenos en los que nuestra seguridad sobre lo que vemos está permanentemente cuestionada. Esa sensación, entre fascinadora y desagradable, la he tenido con Buñuel y con Lynch, cineastas con los que efectivamente se ha comparado a Delvaux. Al igual que ellos, Delvaux basa su cine en la tensión realidad-imaginación. Cuando, en la escena cumbre, se produce la violenta ruptura de esa tensión, el cineasta recoge el movimiento crispado del protagonista hacia un lado y hacia otro, interrumpiendo sistemáticamente la continuidad y el "raccord"; es muy parecido a lo que hizo Louis Malle en el monólogo de Alain Leroy en casa de Solange en "Fuego Fatuo" (1963). Y seguramente se inspiró en esa escena, puesto que ambas películas comparten director de fotografía, Ghislain Cloquet.

Es imposible referirse a esta película sin citar su escena más célebre: la autopsia. Sólo diré que es magistral, asombrosa, sencilla y compleja a la vez. Cuando la veo pienso en el concepto de cine fantástico que tenía Dreyer: una escena vulgar en una habitación; sin embargo, si informamos al espectador que detrás de la puerta hay un cadáver, la misma escena pasa a ser de horror. Como clama Govert en su desdicha, "la belleza es el horror".

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